LCATM va parlar amb l’Alicia Gallego, sobre la seva experiència com a científica a l’Antàrtida, el que va aprendre, el que va descobrir i com aquesta Aventura li va canviar a vida.
La Ciència Al Teu Món: Explícanos tu línea de investigación, es decir, cuéntanos qué haces.
Alicia: Actualmente estoy realizando mi doctorado en el Institut de Biologia Evolutiva (IBE). En mi grupo estudiamos unos genes llamados microRNAs, que son pequeños RNAs implicados en la regulación de muchos procesos biológicos como el desarrollo, la evolución o la aparición de ciertas enfermedades. Los microRNAs son capaces de unirse a RNAs mensajeros por complementariedad de secuencia, bloqueando su traducción a proteína. El papel de los microRNAs es clave a la hora de regular cuánto o dónde se expresa un determinado gen. Pequeños cambios en los patrones de expresión de los microRNAs pueden desencadenar grandes cambios en la morfología de los organismos y los tejidos (desarrollo y diferenciación), a veces a largo plazo (evolución) o alteraciones en la expresión normal de otros genes (enfermedad). En nuestros estudios intentamos hallar qué cambios presentes en la secuencia y estructura de los microRNAs han podido contribuir a las diferencias que existen hoy en día entre algunas especies tales como primates o ciertos organismos antárticos.
LCATM: ¿Cómo llegaste a la Antártida desde Barcelona y en qué lugar estuviste?
Alicia: Desde Barcelona, viajé hasta Punta Arenas, la ciudad que se encuentra más al sur de Chile. Allí tomé un avión, junto con otros investigadores, hasta la isla antártica Rey Jorge, donde viví durante un mes en la base chilena Profesor Julio Escudero. En esta isla hay bases de otros países como China, Rusia, Uruguay, Argentina, Corea o Polonia. Durante la mayor parte del año toda la isla se cubre de nieve y el mar se congela. En los meses de verano algunas zonas de la costa se deshielan y el mar se hace transitable. Es por esto que casi toda de la actividad científica se realiza en este período. En esta época llegan incluso algunos turistas que pagan cantidades astronómicas por estar unas horas en la Antártida y darse una vuelta entre las bases y algunas playas.
LCATM: ¿Cómo fuiste a parar a la Antártida?
Alicia: En nuestro grupo del IBE colaboramos con el Instituto Antártico Chileno (INACH), el cual lleva a cabo numerosos proyectos científicos en la Antártida desde hace más de 50 años. El proyecto del INACH en el que participamos se centra en estudiar los posibles efectos del cambio climático en el erizo de mar antártico (Sterechinus neumayeri). Esta especie vive en un rango de temperaturas muy estrecho y constante, entre -1 y 1 ºC, de manera que un cambio de pocos grados en la temperatura del agua podría tener un gran impacto sobre sus condiciones de vida. A partir de los trabajos realizados en el INACH se han caracterizado ciertos genes en esta especie implicados en dar una respuesta a situaciones de estrés térmico, como son, por ejemplo, los genes que codifican para la familia de proteínas Heat shock proteins. La idea de nuestro grupo es analizar el papel que pueden jugar los microRNAs en la regulación de la temperatura en el erizo antártico. Identificar qué microRNAs se expresan en esta especie y cuál es su función reguladora frente a los cambios de temperatura, puede darnos pistas importantes acerca de cómo se adaptaron estos erizos a unas condiciones climáticas tan particulares, así como cuál podría ser la capacidad de respuesta del erizo y otras especies emparentadas ante un aumento global de las temperaturas. Todos los años el INACH realiza expediciones a la Antártida para tomar muestras y analizar ciertos parámetros que deben ser medidos sobre los erizos en su medio natural. En esta ocasión hubo espacio para incluir a una persona de nuestro grupo en el IBE y ¡tuve la suerte de ser yo!
LCATM: ¿Cuáles fueron tus primeras impresiones en la Antártida?
Alicia: Lo primero que pensé al pisar el suelo es que era casi increíble estar allí, mirando el mar del Drake (el mar que separa la Antártida del continente americano) bajo un viento helado y un sol cegador, después de un viaje tan largo y después de haber imaginado tantas veces cómo sería aquel lugar. La adrenalina era tal que casi no me di cuenta de que había un avión roto sobre la pista como resultado de un fallo en el aterrizaje pocos días antes de nuestra llegada.
Caminando hacia la base observaba un paisaje nunca visto hasta entonces, con una gran diversidad en todas las dimensiones y escalas del espacio, adaptada a unas condiciones bajo las cuales costaba creer que pudiera desarrollarse la vida. Colinas cubiertas por densas alfombras de musgos, líquenes y algas de mil colores. Focas cangrejeras, lobos de pelo fino e inmensos elefantes marinos durmiendo en las playas. Pingüinos que se acercan sin miedo a las personas. Cormoranes, petreles y skúas sobrevolando el cielo. Pequeñas moscas sin alas que abarrotan las orillas de los lagos milenarios. Incluso la nieve está cubierta de unas curiosas manchas rojas y verdes generadas por algas microscópicas.
LCATM: Nos imaginamos que fue un cambio radical, cuéntanos cómo era ese día a día en la Antártida.
Alicia: Por un lado, la vida en una base tiene cierto aire de régimen militar. La logística de trabajo y los horarios están muy organizados. Esto es lógico ya que numerosos grupos han de trabajar conjuntamente en un espacio reducido, con recursos muy limitados y en un entorno de difícil acceso donde hay que extremar la seguridad. Sin embargo, por otro lado, se respira un ambiente muy distendido. Todo el mundo se esfuerza por hacer que el tiempo pase de la manera más amena posible, organizando charlas, sesiones de cine o celebraciones entre las bases. El espacio de trabajo es muy enriquecedor ya que conviven personas de muy diversos ámbitos que aportan visiones muy distintas. Paleontólogos, geólogos, biólogos, glaciólogos, periodistas, arquitectos, historiadores. Todo el mundo está en disposición de aprender de los demás y de ayudarse. Sientes además que el trabajo se hace entre todos, desde los buzos y los científicos, hasta los cocineros, los que conducen los botes y los que te ayudan a instalar un sistema de aguas a diferentes temperaturas en un cuarto de 3 m2 y con un refrigerador que pierde gas a cada rato o a formatear tu ordenador porque ha colapsado en el momento más crítico de tus mediciones.
LCATM: ¿Ha marcado de alguna manera tu vida esta experiencia? ¿Qué has aprendido de esta experiencia? ¿Repetirías la experiencia? ¿Lo recomendarías?
Alicia: Sin duda esta experiencia me ha marcado en el plano científico y también en el personal. Aunque el trabajo en una base a veces se hace duro, repetiría la experiencia cuantas veces pudiera y la recomendaría a todo el mundo. Siempre es una oportunidad única poder estudiar la naturaleza in situ. Poder hacerlo, además, en un ambiente tan extremo al que no puede llegarse sino es bajo una logística y una organización muy compleja es un privilegio enorme. A veces, trabajando en el laboratorio o sobre colecciones de datos que han sido tomados en otros sitios por otras personas, se pierde la perspectiva de nuestro trabajo y olvidamos la complejidad que rodea, interactúa y modifica nuestro objeto de estudio. La Antártida es un escenario perfecto para fomentar una visión holística de la ciencia que a veces se pierde por especializarnos demasiado. Es perfecto no solo porque puedes estudiar un determinado organismo en su medio natural, sino porque puedes aprender de otras personas que también lo estudian adoptando otros puntos de vista que complementan el tuyo. En el plano personal, estar en la Antártida me ha enseñado a tomar las adversidades con más calma y a estrujar el cerebro para buscar soluciones con pocos recursos. A diferenciar mejor las cosas importantes de las poco o nada importantes. He aprendido que los seres humanos, en general, tendemos a ayudarnos unos a otros. Que todos los rincones del mundo esconden personas e historias únicas de las que aprender.
LCATM: Además de experiencias como ésta, ¿qué otras recompensas te ofrece la ciencia?
Alicia: Adentrarse en el mundo de la investigación ofrece la oportunidad de aprender sobre aquello que se está estudiando más a fondo, pero también sobre temas completamente nuevos que no se sabía ni que existían. Permite estar en un ambiente donde participan muchas personas con muchas visiones distintas, donde se discute, se contrasta y se permite fallar, pues es la única manera de avanzar.
Para mí es ilusionante poder estudiar el mundo que percibo e intentar entenderlo un poco mejor. Un mundo que me genera muchas preguntas e incertidumbres, a las cuales creo que podemos responder si lo miramos bien, desde varios ángulos y trabajando conjuntamente. Ese trabajo propio, pero a la vez colectivo, hace que me ilusione imaginando que puedo formar parte de un conocimiento hecho entre todos a lo largo del tiempo. Un conocimiento que puede ayudar a otras personas resolviendo situaciones concretas en sus vidas, y también dando respuestas a preguntas que se ha planteado, y se plantea, la humanidad a lo largo de su historia.
LCATM: A partir de tu experiencia personal como científica, ¿qué mensaje le dirías a los jóvenes?
“Por suerte, tampoco me convencen demasiado mis propias censuras y me atreví a probar”
Alicia: No me considero una persona que ha llegado a la ciencia por una fuerza interna que me impulsaba inevitablemente a ello. Creo que no tengo eso que llaman “vocación” pues desde siempre he dudado de todo y me han gustado cosas muy distintas y me he imaginado haciéndolas todas y con poco tiempo para hacer casi ninguna. Hace un tiempo pensaba que para investigar había que tener esa vocación de la que hablaban en la ciencia y una capacidad de sacrificio que pasaba por aceptar condiciones de vida infrahumanas. Por eso, a pesar de que me atrajera tanto seguir estudiando aquello que me generaba curiosidad, pensaba que seguramente no estaba capacitada para ello. Por suerte, tampoco me convencen demasiado mis propias censuras y me atreví a probar. Aunque mi carrera científica es corta, creo que, como en casi todos los trabajos, hay una parte de esfuerzo, constancia, paciencia, rutina, incluso a veces desesperación, pero también una parte muy grande de recompensas por todo lo que se aprende observando, experimentando, analizando, escuchando, leyendo, confrontando ideas, reconociendo fallos. Por otro lado, es bien sabido que la ciencia no hace especialmente rica a la gente, y que en los últimos años se ha experimentado un grave retroceso en los recursos destinados a la investigación en España. Sin embargo, creo que la ciencia necesita de mentes despiertas, almas luchadoras e ideas nuevas para conquistar esos derechos que se han perdido. Para que no quede relegada a unos pocos sino que sea de todos y se extienda a todas partes. La ciencia necesita a los jóvenes.
Mi mensaje a los jóvenes es que sigan siéndolo siempre y que no pierdan esas ganas de entender el mundo. Que esas ganas son las que hacen que siga habiendo ciencia y que esa ciencia se va a hacer gracias a ellos. Que no tengan miedo de probar y que peleen por aquello que les gusta. Les diría que no se conformen. Que nunca dejen de hacerse preguntas y exigir respuestas.
Entrevista i edició: Roberto Torres LCATM
Fotos: Alicia Gallego, Ignacio Garrido i Elvira Vergara